Nos encontramos ante la modalidad del ajedrez más
espectacular que existe. El ajedrez a la ciega resulta
sorprendente e incomprensible a primera vista, se juega
sin poder ver el tablero ni las fichas y el jugador se
vale simplemente de su mente para ir transmitiendo cada
jugada.
El aficionado observa ensimismado como el maestro
retiene la posición en su mente como si pudiese ver las
fichas, cada jugada parece realizada a través de unos
pases mágicos y resulta difícil comprender como un
como un ser humano puede lograr recordar y calcular
tantas variantes a la vez.
Pero esto es sólo la punta del iceberg. Lo habitual es
jugar sesiones de simultaneas, donde se juegan varias
partidas al mismo tiempo. Pero la dificultad sigue en
aumento, ya que todos los rivales de la sesión juegan
viendo sus fichas en sus respectivos tableros.
El primer caso registrado de ajedrez a la ciega está
datado en el año 970. Un manuscrito del Museo Británico
cuenta como Joseph Techelebi jugaba contra sus
rivales sin ver el tablero. Este jugador mostró su arte
en distintos países: Italia, Persia y varias naciones
del Este.
Pero también los árabes reclaman el privilegio de
haber sido los primeros en jugar a la ciega. Según sus
tratados, el primero en jugar sin ver el tablero fue Said
Ben Yugair al Kufi y lo hizo en el Siglo IX. De
hecho es conocido que todos los ajedrecistas árabes de
los Siglos IX y X jugaban a la ciega (también los que
habitaban en la Península Ibérica).
En 1265 se produjo la primera sesión de simultaneas, el
sarraceno Buzzeccia jugó 3 partidas a la vez (2
a la ciega y 1 normal) en Florencia, ante los 3 mejores
jugadores de la ciudad, el resultado fue de 2 victorias
y unas tablas para el jugador 'ciego'. Según algunos
escritos, los jugadores persas daban sesiones de
simultaneas de 4 ó 5 partidas a la ciega en los Siglos
XIV y XV.
Los jugadores de las escuelas italiana y española también
dominaban el arte de jugar sin ver el tablero. Ruy López,
Alfonso Cerón, Leonardo da Cutri y Paolo
Boi deslumbraron a los cortesanos al vencer a sus
rivales sin mirar el tablero.
El
juego a la ciega no es nada sencillo, exige un esfuerzo
descomunal y no todos son capaces de soportarlo. Un
ejemplo muy ilustrativo es el de Kermur de Legal,
considerado el mejor jugador del mundo en su época, que
sólo llegó a jugar una partida a la ciega en su vida y
quedó tan agotado que prometió no volver a disputar
otra jamás.
La
notoriedad del ajedrez a la ciega se extendió como un
reguero de pólvora gracias a otro jugador francés:
Andre Danican Philidor. Sus exhibiciones en el café de
La Regence eran seguidas por auténticas multitudes y
fue reclamado en distintos países para realizar
simultaneas. Pero las hazañas de Philidor quedaron en
el olvido con la llegada de otro genio: Paul Morphy. El
estadounidense jugó 6 partidas a la vez en 1858 (New
Orleans), hazaña superada al poco tiempo por Louis
Paulsen, que jugó 8. Morphy batiría esa marca acto
seguido con 10 partidas. Éste fue el comienzo de una
gran rivalidad entre los maestros, buscando el record de
más partidas disputadas a la vez.
En el año 1924 se decidió homologar estas marcas
debido a los intentos de fraude de algunos jugadores. La
primera marca homologada correspondió a unas
simultaneas de Alexander Alekhine, 26 partidas en New
York.
Todos estos records deben valorarse en su justa medida,
un punto importante a tener en cuenta es la calidad de
los rivales a lo que se enfrentan los maestros, a veces
el número de contrincantes es alto, pero si son simples
aficionados la dificultad disminuye. Por eso las
actuaciones más meritorias correspondieron al
estadounidense Harry Nelson Pillsbury, que era quien
añadía más dificultades a sus exhibiciones.
Por ejemplo, en el año 1902 (durante el Torneo de
Hannover), Pillsbury se enfrentó a 21 rivales (todos
participantes del torneo) durante 12 horas, con un
resultado de : +3 =11 -7. Éste puede ser considerado el
mayor esfuerzo que se ha realizado en la historia del
ajedrez a la ciega, sobre todo teniendo en cuenta que
también jugó manos de whist y que repitió una lista
de palabras "complicadas" que le habían sido
comunicadas horas antes.
Otra especie de milagro, difícil de comprender, fue
obrado por Jacques Mieses en el año 1943, en Londres. A
la tierna edad de ¡¡78 años!! jugó 5 partidas
simultaneas a la ciega (+2 =3), parece algo paranormal
que un cerebro en el final de sus días pueda rendir a
un nivel tan espléndido.
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