No,
Piotr Arsenievich Romanovsky no estaba loco. De hecho
fue una
persona equilibrada que supo ganarse el aprecio de sus conocidos y compañeros de
profesión. Sin embargo, la crueldad de la vida le
llevó hasta el límite hasta el punto de casi hacerle
perder la razón... el ajedrez fue su pasión y su
salvación en los momentos más difíciles.
Piotr Romanovsky nació el 29 de Julio de 1892, en San
Petersburgo (Rusia). Falleció el 1 de Marzo de 1964, en
Moscú (Rusia). En ocasiones nacer en una determinada
ciudad puede marca una vida y eso fue lo que le ocurrió
a decenas de miles de personas que vivieron en San
Petersburgo durante la II Guerra Mundial (por aquel
entonces Leningrado).
Chigorin había conseguido que el ajedrez se volviese
muy popular en Rusia, pero su gran mérito estuvo en
lograr que el ajedrez llegase al pueblo, ya que durante
el siglo XIX era un privilegio casi exclusivo de la burguesía y de
los intelectuales. Por este motivo, a principios del
siglo XX muchos niños rusos aprendían a jugar al
ajedrez y lo convertían en una de las grandes pasiones
de sus vidas. Ese fue el caso de la familia Romanovsky,
donde los 3 hijos fueron asiduos jugadores de ajedrez: el mayor, Evgeny, era jugador de 2ª
categoría, Alexander lo era de 1ª, mientras Piotr, el más inexperto de los
tres, aún no había logrado ningún título. Sin
embargo, el azar se cruzó en el destino de Piotr cuando su hermano Alexander,
que debía participar en un importante torneo en San
Petersburgo, causó baja a última hora por enfermedad.
Piotr sólo tenía 16 años y ni siquiera había
disputado una partida con reloj en su vida, pero ante la urgencia
de la situación fue invitado por la organización del
torneo en el último momento. Sus tres rivales, Von
Freyman, Helbach y Lebedev, eran jugadores contrastados,
por lo que poco se esperaba de Romanovsky. Sin embargo,
nuestro protagonista se creció ante las adversidades y consiguió finalizar en 3ª posición,
logrando el título de 1ª categoría gracias a su
triunfo ante Von Freyman.
Tras un comienzo tan poco común, Romanovsky mostró una
progresión rápida y consistente. Sólo un año
después conseguía derrotar a Alexander Alekhine en el
Campeonato de Rusia (no oficial), el cual fue ganado por
el propio Alekhine con gran solvencia. Su cuarto puesto
en otro torneo organizado en San Petersburgo ese mismo
año, confirmaba
las buenas sensaciones que había dejado en sus
escasas participaciones.
El
principio del siglo XX no fue una época sencilla para los
ajedrecistas, sólo unos pocos maestros podían
ganarse la vida a través del ajedrez e incluso varios de
ellos terminaron cayendo de forma inmisericorde en la
miseria. Por este motivo,
Romanovsky, tras finalizar la escuela secundaria, comenzó
a cursar estudios en el Instituto Politécnico de San
Petersburgo, sin dar demasiado crédito a una futura
carrera dentro del ajedrez profesional. El devenir de la
vida le llevaría a trabajar durante muchos años como
Inspector en el Banco Nacional.
En 1914 Romanovsky tuvo que pasar por una experiencia
sumamente traumática e inesperada. Tras lograr el triunfo en un
torneo organizo en San Petersburgo, consiguió una de las
invitaciones para participar en el torneo 'B' que se disputaría en Mannheim (Alemania),
lo que representó su primera oportunidad a nivel
internacional. El nombre de Mannheim ha quedado grabado en
el subconsciente colectivo del aficionado al ajedrez,
aunque no lo ha hecho por la belleza
de sus partidas o por la lucha que se produjo en los tableros,
sino por un motivo ajeno al propio al ajedrez: el comienzo
de las hostilidades
que desembocaron en el estallido de la I Guerra Mundial,
el cual se produjo cuando la competición ya había
superado su ecuador. En la ciudad la tensión había
crecido hasta hacerse insoportable debido a la declaración
formal de guerra entre Alemania y Rusia, por lo que los
dos torneos (A y B) fueron fulminantemente interrumpidos. En pleno caos, los
jugadores rusos que estaban participando en el torneo fueron detenidos y
encarcelados en la prisión de Rastatt. El resto de
participantes pudo abandonar el país y regresar a sus
países de origen. Jugadores de la talla de Alekhine,
Bogoljubow, Rabinovich, Flamberg o el propio Romanovsky
estuvieron entre los presos, pasando por momentos de gran
tensión e incertidumbre (se sabe que para
aliviar su penosa situación jugaban partidas de ajedrez a
la ciega entre ellos, ya que ni siquiera disponían de un
tablero. Se conservan dos partidas disputadas entre
Alekhine y Bogoljubow jugadas entre los barrotes de la
cárcel, ésta es una de ellas: Ver
partida). La mayoría de jugadores rusos
estuvieron encarcelados durante unos días, para después
ser liberados. Sin embargo, otros, como Bogoljubow,
Flamberg o Romanovsky, fueron retenidos durante meses,
siendo obligados a disputar una serie de torneos en
Alemania. De este modo, Piotr Romanovsky participó en los
torneos de Triberg de 1914 y 1915, y por momentos sintió
que su reclusión no tendría fin. Sin embargo, su salud se
vio seriamente afectada por el cautiverio, con síntomas
que revelaban una peligrosa dolencia de corazón, por lo que la Cruz
Roja decidió intervenir y exigió su liberación inmediata.
Finalmente, Romanovsky pudo regresar a San Petersburgo tras pasar
varios meses de sufrimiento físico y mental.
Una vez en el calor del hogar, Romanovsky decidió
prepararse de forma intensiva con la intención de mejorar su juego... y
el trabajo dio unos sabrosos frutos: tras la Guerra, se convirtió en uno de los jugadores más
fuertes de la URSS. En 1920 logró el título de Maestro tras vencer a Alekhine en el primer campeonato soviético
de la historia, torneo ganado por el propio Alekhine en el
que Romanovsky finalizó en una sensacional
segunda posición. No eran tiempos de gloria para el
ajedrez soviético, más bien se vivía una época de
austeridad en
un país castigado por las guerras, situación que
llevó a los participantes a amenazar con una huelga si no
se aumentaban las raciones de comida y de cigarros. Su gran actuación
en 1920 tuvo continuidad y confirmación sólo 3 años
después cuando Romanovsky logró
el título de campeón soviético en su segunda
participación, inscribiendo su nombre en el torneo más
prestigioso del país: Ver
tabla. Sus resultados durante
los siguientes años fueron sensacionales: repitió título de campeón
soviético en 1927, tras ser 2º en 1925, y consiguió el
primer puesto en el campeonato de Leningrado de 1925. Podéis consultar el discurrir de la carrera de
Romanovsky en el siguiente enlace: (Ver
palmarés).
Piotr Romanovsky se había convertido en toda una institución
en la URSS y lo había conseguido gracias a sus logros en
el tablero y a su labor como entrenador. Considerado uno
de los pilares de la incipiente escuela soviética, fue
profesor de multitud de jóvenes maestros, como
Alatatortsev, Lisitsin, Chekhover, Ravinsky, Ostrovsky y
Antoshin, jugadores que posteriormente resultarían trascendentales
en el desarrollo del ajedrez en el país. Romanovsky fue
un profesor peculiar. Siempre intentaba dar las clases en
su casa y en ellas solía dar gran importancia al
conocimiento de la historia del ajedrez y del juego de
todas las épocas, buscando ampliar el pensamiento y la
comprensión de sus pupilos. En las sesiones mostraba una
memoria prodigiosa, recordando multitud de partidas de
torneos antiguos. Sus alumnos simplemente le adoraban, con
un reconocimiento que duró largo tiempo, ya que la
mayoría mantuvo correspondencia con él durante muchos
años.
La vida sonreía a Romanovsky, tanto a nivel profesional
como familiar, aunque la estabilidad suele ser un ente
frágil que se puede resquebrajar en un abrir y cerrar de
ojos. El mundo de Piotr Romanovsky se haría añicos
debido a la extrema crueldad de la II Guerra Mundial,
hasta el punto de casi hacerle perder la razón.
El
drama de la guerra
Adolf Hitler decidió invadir la URSS en Junio de 1941.
Sin embargo, en tierras rusas encontró una feroz
resistencia que le impidió avanzar todo lo rápido que
hubiese deseado. Los alemanes comenzaron el sitio de Leningrado
sólo unos meses después y allí se concentraría uno
de los grandes dramas de la más cruel de las guerras.
Leningrado, anteriormente San Petersburgo, fue el
hogar de Piotr Romanovsky, un lugar donde vivir, un
lugar donde respirar, un lugar al que sentirse unido. El
asedio al que los nazis sometieron a la ciudad fue cruel
y dio comienzo con un bombardeo a los almacenes de
alimentos, lo que puso a los habitantes de Leningrado en
una complicada situación. Con la llegada del otoño, el
panorama se volvió calamitoso, por lo que las autoridades
decidieron evacuar al mayor número posible de niños y
ancianos a través del Lago Ladoga. Esa evacuación se
realizó a bordo de camiones, ya que el lago estaba
helado, aunque los ataques a los convoyes se sucedían y
convirtieron las travesías en algo extremadamente
peligroso.
Leningrado fue un drama en sí, compuesto de pequeños
dramas que se daban en cada esquina de la ciudad. La
familia Romanovsky no fue ajena a tan complicados
momentos, ninguno de sus miembros pudo ser evacuado y
pronto conocieron el significado de la palabra hambre...
un hambre atroz que sólo podían intentar aplacar
comiendo una
sopa hecha con la piel de las patatas y con el poco pan que
podían conseguir en el racionamiento. En estas
condiciones la tragedia no tardó en llamar a su puerta:
a finales de 1943, en el transcurso de sólo 20 días,
Romanovsky perdió a toda su familia, sus cuatro hijos y
su esposa fallecieron de hambre y agotamiento.
Nada se sabía de Romanovsky en Leningrado, vivía en una
dacha algo apartada y hacía días que no se tenía
noticias de él. Por este motivo, se envío un equipo de
rescate a su casa, algo muy habitual ya que familias
enteras desaparecían a causa del frío y el hambre.
Cuando el equipo de rescate entró en la casa se encontró
un paisaje desolador: nada quedaba en su interior, todo,
incluso los muebles, había sido utilizado para hacer
fuego en un intento por calentarse y vencer al frío por
una noche más. Romanovsky se encontraba sentado ante una
mesa, vestido con un traje y sombrero y con un bolígrafo
en su mano. Ante él tenía una libreta donde había ido
anotando las circunstancias de los fallecimientos de cada
uno de sus hijos y de su esposa... la última frase
escrita fue: "¿Por qué vivir y por qué el
destino me ha salvado?". En la terraza de la casa
encontraron los cinco cadáveres congelados, ya que los supervivientes
ni siquiera conservaban la fuerza necesaria para ir enterrándolos. El equipo de rescate comunicó a
Romanovsky que
debían evacuarle con rapidez a un hospital, pero éste se
negó de forma contundente, ya que no quería abandonar a su
familia bajo ninguna circunstancia... sólo
unas horas después consiguieron evacuarle tras haber
perdido el
conocimiento.
Romanovsky pudo salir de Leningrado a través del Lago
Ladoga y fue conducido a un Sanatorio donde se intentó
recuperar su salud física y mental. Entre sus escasas
pertenencias encontraron un manuscrito de ajedrez, que fue
lo primero que pidió cuando recuperó la conciencia, en
el que Romanovsky había recopilado sus mejores partidas
extensamente analizadas. Parece ser que lo había escrito
durante esos terribles días, buscando una válvula de
escape a tanto sufrimiento... tal vez el ajedrez le salvó
de la locura, aliviando la tortura a la que el destino
quiso someterle al permitirle evadirse de la realidad que
tenía delante de sus ojos buscando en los rincones de su
memoria las combinaciones más bellas que había creado
sobre un tablero.
Romanovsky se recuperó con gran rapidez y a finales de
año se sintió con fuerzas para escribir una columna
sobre ajedrez en el periódico Vechernaya Moskva, en la
que hablaba sobre la evolución del juego desde Hastings
1895. En 1944 volvió al mundo de los tableros al
participar en un fuerte torneo de entrenamiento organizado
con la intención de conseguir un poco de normalidad en
medio de la locura de la guerra. Romanovsky finalizó en tercera
posición, dejando varias combinaciones brillantes para el
recuerdo.
Recomponiendo
los pedazos de una vida
En ocasiones la vida, siempre al amparo del caprichoso
destino, te da una segunda oportunidad. Romanovsky la
tuvo al conocer a una enfermera durante su
hospitalización, que más adelante se convertiría en su
esposa, con la que pudo crear su segunda familia,
recomponiendo de este modo los pedazos rotos de lo
que había sido su vida.
Su carrera en el tablero se prolongaría durante algo
más de una década, aunque nunca pudo recuperar su
fuerza de juego anterior a la Guerra. Sus aportaciones
al ajedrez permanecieron intactas: continuó su labor
como entrenador, colaboró en numerosas revistas y
periódicos como columnista y escribió varios libros de
una calidad contrastada, como "Lo
que debes saber sobre las aperturas", "Ideas
de ajedrez en práctica", "Problemas de la
metodología del ajedrez", "El espíritu
creativo en ajedrez".
Ante todo, Piotr Romanovsky fue un amante del ajedrez,
no sólo disfrutó jugando, sino que lo hizo
profundizando en su historia. Muy recordadas son las
charlas que daba a los jugadores jóvenes en el club de
ajedrez de Leningrado, en las que deleitaba a sus
oyentes con interesantes historias de la época de
Chigorin, además de enseñarles multitud de detalles
técnicos. Como muchos rusos, fue un gran experto en
música y también plasmó su lado más creativo a
través de la poesía.
Sus aportaciones a la teoría tuvieron gran importancia
y resultaron trascendentales para el desarrollo de la
escuela soviética. Pero Romanovsky no sólo fue un gran
teórico, también fue un jugador creativo
que sabía como moverse en posiciones complicadas,
mostrando una imaginación fértil capaz de crear
sorprendentes jugadas... de
hecho se sentía especialmente orgulloso del gran
número de sacrificios de dama que había realizado a lo
largo de su carrera.
En 1956 los dirigentes soviéticos decidieron crear el
título de Entrenador honorífico, con la intención de
premiar a las personalidades más destacadas del país.
Romanovsky fue uno de los agraciados, así como otros
célebres maestros como Zak, Furman y Konstantinopolski.
En 1935 se le había concedido el título de Maestro
de ajedrez honorífico. Durante los últimos años de su
vida formó parte de la Federación soviética de
ajedrez como directivo.
Esta es la historia de un ser humano que tuvo que
soportar el sufrimiento más profundo, manteniendo una
lucha terrible en un vano intento por conseguir que su
mente no se hiciera añicos de forma definitiva. El
ajedrez le ayudó en sus momentos más oscuros y le dio
felicidad en sus días más despejados, y por eso Piotr
Romanovsky le consagró su vida y su talento.
Acerquémonos a su final intentando buscar un sabor un
poco más dulce, algo que sólo podremos conseguir a
través de jugadas rebosantes de belleza, en este caso
labradas desde el sufrimiento y la pasión por vivir:
Javier
Cordero Fernández
(12
Enero 2014)
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