En los años 60 el ajedrez en España estaba casi
parado, decaído, sin perspectivas ni futuro. Se organizaban pocos torneos y apenas
existían jugadores de ajedrez profesionales, ni
siquiera un talento descomunal como el de Arturo Pomar
se pudo desarrollar de forma correcta, perdiéndose
entre cartas y sellos y la falta de apoyo institucional.
Sin embargo, en los años 70 el panorama comenzó a
cambiar gracias a la irrupción de un tipo de torneos
diferentes: los torneos abiertos. En principio fueron
minoría, pero poco a poco este formato se fue
imponiendo para terminar proliferando hasta el punto de organizarse algún
torneo internacional en cada rincón de la geografía de
nuestro país. En los torneos abiertos podía participar
cualquier ajedrecista, por lo que aficionados y
profesionales comenzaron a compartir tablero, casi
siempre mezclándose como aceite y agua. Este tipo de
competiciones eran más rentables para el organizador, ya que
multiplicaba por 10 o más el número de participantes,
lo que permitió ofrecer mejores premios.
Varios
torneos fueron pioneros en esta iniciativa, aunque tal
vez el de Berga fue el caso más llamativo por su
longevidad y por el trabajo que allí se desarrolló. Además, Berga también fue famoso por los
premios de belleza que se entregaban en cada edición,
varios de los cuales podéis ver a continuación: premios
de belleza de Berga. Pero otras
localidades también apostaron por los torneos abiertos
y el sistema suizo, por lo que poco a poco la oferta de
torneos, accesible a todo tipo de jugadores, fue creciendo
de forma gradual. A continuación podéis consultar el
palmarés de los Open más destacados de aquella época,
torneos que representaron mucho trabajo pero que
abrieron una senda que fue
ampliamente transitada durante los siguientes años:
Y España abrió sus tableros al mundo.
Años atrás los maestros extranjeros llegaban a España para
la disputa de algún torneo esporádico. Estaban de
paso. Con la proliferación del formato Open, varios maestros
se vieron atraídos por la posibilidad de optar a unos
premios más jugosos y, sobre todo, por la oportunidad
de poder encadenar un torneo tras otro debido al número
creciente de ellos, terminando por establecer su residencia en España, lo que
repercutió de forma positiva en el nivel de las
competiciones y de los maestros nacionales. Además,
este tipo de
torneos representaba una gran oportunidad para jugadores
jóvenes que querían crecer y darse a conocer, ya que
podían jugar con gran continuidad y tenían la
posibilidad de subir su elo si las cosas marchaban bien.
Pero
también resultaron una fenomenal vía de escape para
maestros veteranos que ya no recibían invitaciones de
torneos y pudieron seguir compitiendo sin sentirse
desplazados del tablero.
He escogido al azar uno de estos Open para poder
entender como funcionaban por dentro, se anunciaban a
bombo y platillo en las revistas de la época, aunque a
veces nada era lo que parecía ser:
Sin embargo, la situación no era ni mucho menos
idílica. La competencia había aumentado de forma
exponencial y no había premios suficientes
para todos,
por lo que muchos maestros y jugadores pasaron por
situaciones de verdadera precariedad para poder seguir
dedicándose a su gran pasión. Fueron tiempos
difíciles en los que, en muchas ocasiones, hubo que
recurrir al ingenio:
Tiempos
de dificultades... tiempos de superación
Tal vez el lado más positivo de esta nueva situación
era la posibilidad que tenían los aficionados de competir junto a los profesionales, privilegio que
no se da en casi ningún deporte. Sin embargo, los
maestros debían jugar en condiciones que distaban de
ser ideales,
aspirando a premios por puesto y en ocasiones sin cobrar
un fijo, sabiendo que una derrota en la última ronda
podía suponer bajar 5 ó 6 puestos perdiendo una
cantidad de dinero importante. Hay que recordar que
estos primeros Open se jugaban a ritmo clásico (los
torneos de rápidas de un día de duración empezarían
a popularizarse años después), por lo que se
prolongaban durante algo
más de una semana, lo que suponía unos gastos
considerables. Los maestros titulados solían percibir
una cantidad fija en cada torneo, a lo que había que
sumar los premios que pudiesen lograr... pero no todos
los participantes gozaban de este privilegio.
Realmente fueron tiempos complicados: un ajedrecista no tiene un
sueldo, depende de sus resultados en los torneos, lo que
genera una gran incertidumbre a su alrededor. En las biografías quedan sus resultados
y participaciones en torneos, pero detrás de ellas,
ocultas tras una espesa cortina de humo, están escondidas
cientos de anécdotas que nos hablan de precariedad y la inventiva para
sobreponerse a situaciones adversas.
Muchos jugadores
tuvieron que recurrir a cierto tipo de
estrategias fuera del tablero para encarar su
participación en torneos: era habitual que varios viajasen juntos y
compartiesen gastos, compartiendo también los premios
que lograsen durante el torneo, esto minimizaba unos riesgos que ya eran altos de por sí. El dinero siempre
escaseaba y los viajes eran
largos, por lo que muchos jugadores optaban por llevar comida en sus maletas con la que
poder subsistir durante unos días (el embutido de la
tierra era un recurso muy frecuente)... pagando el alojamiento
al final de los torneos con los premios que ganaban...
si es que los ganaban. En ocasiones el presupuesto no
cuadraba por lo que había que recurrir a no pagar el
billete de tren o de cercanías, un truco muy usado era
realizar el viaje en los lavabos del tren para evitar
ser descubiertos por el revisor. En ocasiones el dinero
empezaba a escasear durante el torneo y llegaba el momento de hacer encaje
de bolillos para poder comer: dos maestros muy conocidos
en los Open de entonces comían todos los días en un 'Burger
King', ya que si pedías una hamburguesa y la persona
que estaba a tu lado decía en voz alta: "El
Whopper a la parrilla está de maravilla", te
regalaban otra (no era una dieta muy sana para un
deportista, pero todo valía para sobrevivir). Y en
ocasiones el dinero se acababa y no quedaba otro remedio
que tragarse el orgullo y pedir unas monedas en la calle para poder
comprar el billete de vuelta y regresar a casa. Anécdotas como estas existen por
cientos, cada ajedrecista de aquélla época tiene las
suyas guardadas en un rincón de su memoria, aunque
todos ellos compartían la misma cualidad: pasión por
el ajedrez, una pasión que les hacía entrar, a
sabiendas, en "una vida de perros", afrontando
la precariedad con ingenio, sobreponiéndose a todo para
participar, quién sabe en qué recóndito lugar, en el
siguiente torneo... penalidades que desaparecían cuando
el jugador se sentaba ante el tablero y se sumergía en
el universo de su partida: durante unas horas todo a su
alrededor dejaba de existir, salvo los movimientos de esas
caprichosas piezas blancas y negras que no cesaban de
corretear por el tablero planteando enigmas de
complicada solución.
Ningún obstáculo era capaz de frenar esa ilusión,
aunque en ocasiones las
cosas llegaban a ponerse muy difíciles: Miguel
Ángel Nepomuceno, una de las promesas del
ajedrez español en aquélla época, tuvo que dormir en
el parque Campogrande de Valladolid durante varios
días, con su maleta
debajo del banco, mientras disputaba el Campeonato de España juvenil
(su ficha federativa no
había llegado a tiempo y no le
permitían hospedarse en la pensión que tenía asignada). Bellón y
Lostalé, rivales en aquel campeonato, le echaron una mano llevándole comida cada
día; el
segundo, poeta y periodista, le dedicó unos versos: "Había
en León un Nepomuceno campeón interregional de ajedrez
que cuando competía tenia que dormir en un banco porque
con Franco ningún hotel le admitía".
Nepomuceno terminó siendo un excelente periodista e
investigador, metas en las que seguro que influyeron muy
positivamente sus vivencias en el mundo del ajedrez:
recorrió España de punta a punta y durante muchos
años lo hizo junto a Marcelino Sión (organizador del
prestigioso Magistral de León), viviendo situaciones
curiosas, pero siempre saliendo del paso con el mismo
ingenio que imprimían en sus partidas.
Las anécdotas son variadas y variopintas, aunque la
siguiente es reveladora y curiosa: uno de los jóvenes
jugadores que nutrían los torneos de los 70, que acudía a todos los Open que podía, estaba
estudiando Medicina y tuvo la arriesgada ocurrencia de
empeñar varios de los libros que estaba empleando en
sus estudios para poder acudir al siguiente torneo. Si
lograba algún premio en el torneo intentaría recuperar
los libros que tanto necesitaba... para su
desgracia, su madre se enteró de sus maquinaciones y
apareció en el torneo para descargar una tormenta
sobre nuestro protagonista.
Jaan
Eslon
Y a estas
convulsas aventuras se apuntaron algunos maestros
extranjeros. El sueco Jan Eslon se afincó en España y
recorrió el país de forma incansable a bordo de un
Renault 5. Con miles de kilómetros a sus espaldas,
persiguiendo el sueño de ganarse la vida haciendo lo
que más le gustaba, Eslon llegó a participar en 16
torneos españoles durante un sólo año. En ese mismo
coche, viendo como el asfalto discurría sin cesar ante
sus ojos, viajó a países tan lejanos como Hungría,
Suiza o Suecia para seguir participando en torneos. Sus
primeros años en España no fueron sencillos, durante
el invierno se organizaban pocos torneos (los primeros
Open se organizaron en poblaciones costeras o
turísticas, tratando de dar un carácter vacacional a
la competición, por este motivo muchos se jugaban
cuando el clima era más suave) por lo que
Eslon, al igual que un oso bien alimentado, hibernaba
durante esa época preparándose en el calor del hogar y
escribiendo sobre ajedrez para distintas revistas.
Victor
Ciocaltea
El rumano Victor Ciocaltea
vivió una experiencia
similar: a bordo de un viejo coche recorrió Europa sin
descanso buscando torneos sin cesar. Pasó varias
temporadas en España, aunque siempre manteniendo su
estilo de vida nómada sin dudar a la hora de embarcar a
toda su familia a bordo del mencionado vehículo en busca
del siguiente país al que dirigirse. Ciocaltea
falleció mientras participaba en el Open de Manresa de
1983, de un derrame cerebral, tras no poder disputar la
última ronda. El caso de Ciocaltea es muy
representativo, durante sus primeros años jugó torneos
muy importantes (como el Memorial Alekhine, donde
combatió con Botvinnik, Keres, Najdorf, Gligoric,
Bronstein, etc.). Sin embargo, cuando la juventud fue
quedando atrás las invitaciones a torneos importantes
empezaron a escasear y se tuvo que refugiar en los
inestables torneos Open, haciendo que el
cuentakilómetros de su coche empezase a subir de forma
vertiginosa cada año.
Óscar
Castro
Otro caso que no se puede dejar de mencionar es el del
colombiano Óscar Castro. Siempre talentoso en el
tablero, encaró la vida de una forma especial y poco
común: Castro no daba ningún valor al dinero, viviendo
al más puro estilo bohemio. Protagonizó multitud de
anécdotas que le reportaron la estima de todos sus
colegas de profesión, cada maestro que le conoció
seguro que podrá contar la suya. Básicamente sólo necesitaba el dinero para
comer y para leer, no ansiaba ninguna posesión material
desprendiéndose de ese pesado lastre que en ocasiones
hunde nuestros pies en el barro de la vida. Si ganaba un
premio en un torneo, solía invitar a sus amigos a cenar
y se preocupaba de que no sobrase ni una sola peseta. La siguiente anécdota nos hará comprender la
forma de pensar de Castro: el jugador colombiano estaba
en posesión, nadie sabe por qué, de un valioso y
antiguo libro de ajedrez. Uno de sus compañeros de
tablero se interesó por el libro y Castro le dijo que
era suyo por 5.000 pesetas, a lo que éste reaccionó con
sorpresa y rapidez entregándole un reluciente billete de
5.000. La sorpresa llegó cuando Castro se dio la vuelta
con el billete en la mano y se lo entregó a un mendigo
que se encontraba justo al lado.
Realmente estamos hablando de un ajedrez en
construcción donde todo se estaba asentando y donde,
como es natural, hubo un rincón para la polémica. Se
conocen varios casos en los que los organizadores no
cumplieron las condiciones ofertadas a los maestros,
cambiándolas durante el torneo, lo que levantó una
gran polvareda en las revistas de la época (que por
otra parte, estaban encantadas de recibir este tipo de
polémicas y vender más ejemplares). Y
como no, la picaresca entró en escena, aunque nunca de
un modo tan desproporcionado como el caso de un Open en el que el
organizador se llevó 2/3 del presupuesto total, lo que
produjo una gran indignación entre el colectivo
ajedrecístico: era inadmisible que un organizador se
llevase la mayor parte del
botín mientras los ajedrecistas,
principales actores de la función, percibían una pequeña
porción. Además, en aquella época se
empezaron a dar algunos casos de amaños de partidas
entre maestros, eran poco habituales, pero se conocen
algunos que incluso fueron aireados y reconocidos en las
revistas de la época. Esta problemática fue creciendo
en número con el paso de los años, hasta llegar al
mercadeo, a la vista de todos, que se puede ver en
muchos torneos
abiertos de la actualidad.
Creciendo,
un torneo en cada población
En los años 80
los Open evolucionaron hacia un ajedrez más trepidante,
apareciendo varios torneos que se jugaban a ritmo
rápido. Con partidas que se disputaban a un ritmo de
20-25 min por jugador se podía organizar un torneo en un sólo día, lo
que abarataba enormemente los gastos de organizadores y
jugadores y daba la posibilidad a estos últimos de
poder jugar más torneos cada mes. Ese nuevo formato se
fue imponiendo poco a poco hasta hacerse mayoritario y
permitió abrir el abanico de torneos a toda la
geografía española. Y de este modo entramos en el
siglo XXI. En España se organizaba un torneo
internacional en cada ciudad e incluso en muchas localidades
pequeñas, de hecho se había convertido en el país que
albergaba más torneos cada año... eso sí, en su
mayoría torneos modestos de un día con unos premios no
demasiado altos.
Esta nueva situación distaba mucho de parecerse a una tierra prometida.
Los profesionales podían jugar
incluso dos torneos en un sólo fin de semana, pero en
muchas ocasiones lo hacían peleando por unos premios
bajos, insuficientes para todos los maestros
participantes. La competencia era feroz, varios Grandes
Maestros peleaban por dos ó tres premios cuantiosos,
por lo que muchos otros maestros volverían a casa sin
premio o con una suma pequeña en sus bolsillos. Cualquier error en una partida podía
propiciar una caída en picado en la tabla y condenar al
fracaso la actuación de ese día. Una situación muy
complicada para muchos Grandes Maestros, jugadores que
no tenían acceso a la élite y tenían que conformarse
con esa vida semi-nómada, viajando por todo el país
persiguiendo los pequeños premios
de algún lejano torneo.
Al fin y al cabo los maestros jugaban por su sustento,
convirtiendo cada torneo en su profesión. De este modo,
poco importaban los laureles del triunfo, los cuales
quedaban en un alejado segundo plano ante el botín que
se pudiese sacar ese día. Y aparecieron las prácticas poco
éticas. Quien esto escribe ha estado en muchos torneos
y ha visto de todo, desde comprar unas tablas por 20€
antes de una ronda a la vista de todos, hasta ver como
en la última ronda se firmaban tablas sin jugar en los
4 primeros tableros y esos 8 jugadores se repartían el
dinero de sus premios también a la vista de todos.
Desde el lado humano poco se puede reprochar, en juego
está el poder comer la semana siguiente y cada jugador
debe buscar lo que sea más conveniente para él. Desde
el punto de vista deportivo, es un comportamiento cuanto
menos cuestionable, ya que el ajedrez deja de ser un
deporte y se convierte en un día en el mercado. En mi recuerdo
se ha quedado la frase de un padre que presenciaba la
última ronda del mencionado torneo junto a sus dos hijos y vio
estupefacto como no se jugaba en esos 4
primeros tableros: "no vuelvo a un torneo de
ajedrez en mi vida", comentó. Por desgracia, este tipo de
prácticas se dan en casi todos los torneos modestos de
un día de duración. Muy comentado fue uno de los Open
de Sevilla, con importantes premios en juego, donde el
jugador que más dinero ganó fue un integrante de la
ex-Yugoslavia que ni siquiera finalizó entre los 10
primeros... el avispado lector deducirá sin duda cómo
lo consiguió.
Abonados a este tipo de vida hay varios jugadores
conocidos, nombres que se repiten constantemente en
torneos que distan cientos de kilómetros entre sí:
Oleg Korneev, Aleksa Strikovic, Dragan Paunovic
(fallecido el año pasado), Azer Mirzoev, Roberto
Cifuentes, Boris Zlotnik, Bojan Kurajica... y tantos
otros. Muchos de ellos llevan una vida austera, pasando
por problemas económicos si las cosas no van bien en el
tablero, en ocasiones con un aspecto más cercano al de un
vagabundo que al de un ajedrecista... pero esto daría para
otro artículo aún más largo y no es el momento. Conozcamos más de cerca el caso de uno de
estos nómadas del tablero: Aleksa Strikovic, un Gran Maestro con un amplio
palmarés en España y muchos miles de kilómetros
recorridos.
Aderecemos, y
endulcemos, el final de este artículo con algunas partidas de
una época en la que el ajedrez español sufrió un
profundo cambio, un ajedrez distinto, menos controlado, en el que
no todo estaba analizado hasta la saciedad y donde
todavía se exploraba en plena partida ya que no
existían programas lo suficientemente potentes como
para condicionar el juego de los maestros:
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