El
ajedrez evitó una sangrienta batalla
Conozcamos una historia con aroma a leyenda. En 1078,
el rey de León Alfonso VI dirigía el asedio de la
ciudad de Sevilla. La ciudad estaba gobernada por
Muhammad Ibn Al-Mutamid, de la familia de los abadies.
El rey nombró como visir a su amigo y poeta Ben Ammar,
que será el personaje clave de esta historia.
Sevilla contaba, en ese momento, con muy pocos
soldados, por lo que el ataque cristiano sería
imparable. Por ello, Ben Ammar, al que habían
encomendado la tarea de negociar, sabía que tendría
que utilizar todo su ingenio para detener al ejército
del temperamental Alfonso VI. Ben Ammar se dirigió al
lugar de la cita con el rey cristiano con un ajedrez
de sándalo, ébano y aloe, con incrustaciones de
oro... una obra de arte con la que intentaría
sorprender a Alfonso, gran aficionado al ajedrez. Como
Ben Ammar esperaba, Alfonso se quedó prendado del
espectacular juego de ajedrez y quiso poseerlo... Ben
Ammar accedió, pero tendría que derrotarle en una
partida para conseguirlo, si perdía debería acceder
a la petición que el árabe desease. Alfonso aceptó.
Lo que Alfonso VI no sabía es que el refinado y culto
Ben Ammar era un extraordinario jugador de ajedrez,
por lo que la partida fue perdida por el rey
cristiano. Como es lógico, Ben Ammar pidió a Alfonso
VI que retirase sus tropas y regresase a sus dominios,
a lo que el rey respondió, encolerizado, que no.
Finalmente, bien aconsejado por sus asesores, que le
advirtieron que era un deshonor faltar a su palabra,
accedió a las peticiones de los árabes. Finalmente,
Alfonso VI regresó a Toledo, habiendo pagado los árabes
un tributo y regalado el precioso ajedrez que salvó
muchas vidas frenando una sangrienta batalla.
La realidad no dista demasiado de esta historia. Ben
Ammar logró convencer a Alfonso VI de que no
invadiese Sevilla a cambio de un tributo, a lo que éste
accedió y retiró sus tropas. Lo que no parece tan
claro es que el visir árabe lo lograse jugando una
partida de ajedrez... aunque todo es posible.
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