David Janowski nació el 25 de Mayo de 1868, en
Walkowisk (Polonia). Falleció el 14 de Enero de 1927,
de tuberculosis, en Hyeres (Francia).
Las credenciales de Janowski para tener reservado un
lugar entre los recuerdos del ajedrez se encuentran
escondidas en sus partidas, y no son otras que sus
violentos ataques y su infatigable y voraz espíritu de
lucha.
Janowski tomó la decisión de dedicarse
profesionalmente al ajedrez en 1890, tras establecer su
residencia en París (unos años después obtuvo la
nacionalidad francesa). La decisión no había sido
tomada a la ligera y desde un primer momento demostró
estar listo para afrontar el reto. Sus primeras
apariciones en torneos internacionales resultaron
realmente exitosas, pero no lo fueron sólo por sus
resultados, ya que su estilo agresivo, con continuos
ataques fulgurantes contra el enroque, levantó una gran
expectación entre los aficionados.
Janowski siempre mostró una única preocupación: jugar
partidas estéticas. El resultado final de un torneo tenía
una importancia relativa para él y siempre dio más
importancia a mostrarse competitivo, huyendo de las
partidas que acababan en tablas con poca lucha. A veces
llevaba estas ideas al límite y asumía riesgos
excesivos, lo que le costó un buen número de
inesperadas derrotas. Su manual de juego sólo conocía
la palabra ataque, aunque también es
recordado por su manía de conservar el alfil de rey,
pieza a la que consideraba el alma del juego. Este último
punto le dio gran fama e incluso Alekhine llegó a
comentar que nadie manejaba la pareja de alfiles como
Janowski. Tras su paso por Estados Undios, a los alfiles
se las empezó a llamar 'los jans', en homenaje al
jugador francés.
Aunque en el mundo personal de Janowski no todo era de
color de rosa, su mal carácter fue casi tan conocido
como su buen juego. El problema residía en que
habitualmente trasladaba su mal humor a sus partidas,
creando multitud de altercados que le dieron mala fama.
Otro rasgo acusado de su carácter fue su desmedido ego,
sin el que tal vez no hubiese jugado de la forma en que
lo hizo, siempre intentado demostrar que era superior al
resto de los mortales. Una prueba la tenemos en una de
sus declaraciones: "Sólo hay tres jugadores de
ajedrez en el mundo: Lasker, Capablanca y un tercero que
mi modestia me impide citar".
Llegados a este punto, en el que no sabemos si
decantarnos por la alabanza o por la crítica, puede
resultar interesante conocer la opinión del campeón
del mundo, José Raúl Capablanca. Está claro que
Janowski no dejaba indiferente a nadie y el cubano
decidió analizar su juego en uno de sus libros,
demostrando que le tenía en gran estima. Capablanca
consideraba a Janowski como uno de los grandes jugadores
de la época, aunque vaticinó, con bastante acierto,
que nunca alcanzaría cotas demasiado altas debido a su
desconocimiento deliberado de la teoría de los finales.
Durante un tiempo, Capablanca y Janowski vivieron en
Manhattan, ambos se veían a menudo en un club de
ajedrez y disputaron multitud de partidas amistosas. En
varias ocasiones Capablanca trató de convencer a
Janowski para que mejorase sus conocimientos sobre los
finales de partida, pero la respuesta del polaco siempre
fue la misma: "Detesto los finales, y además,
un juego bien jugado no debe llegar al final, sino que
debe terminarse prácticamente en el medio juego".
Esta postura hizo que Janowski perdiese muchas partidas
en las que conseguía ventaja, la cual no conseguía
materializar en victorias durante el tramo final del
juego. Esto supuso que rivales inferiores a él
consiguieran derrotarle.
Janowski fue un personaje peculiar, típico caballero de
la época, siempre mostró una confianza en sí mismo
que tal vez no se ajustaba a la realidad. Su juego
espectacular no se vio respaldado por unos resultados
que estuviesen a la altura, algo que justificó de la
siguiente manera: "Mi juego es como la Reina de
Escocia, María Estuardo, hermosa pero sin suerte".
Sin embargo, su peligrosidad en partidas de torneo está
más que demostrada e incluso fue capaz de derrotar en
alguna ocasión a los 4 campeones del mundo de la época
(Stienitz, Lasker, Capablanca y Alekhine), algo sólo
logrado por Siegbert Tarrasch.
El pintor francés Leo Nardus era uno de sus mayores
admiradores y se convirtió en su apoderado, suministrándole
dinero para su participación en torneos y llegando a
aportar la suma pedida por Lasker para poner en juego su
corona de campeón del mundo. Este pintor fue un gran
aficionado al ajedrez y amante del juego de ataque, de
hecho también fue un ferviente admirador de las
partidas de Paul Morphy.
Leo
Nardus observa una partida de Janowski
Nos encontramos a principios del siglo XX y Janowski, a
base de triunfos, ha ido labrándose una reputación por
la que es considerado uno de los jugadores más fuertes
del mundo. Por este motivo, decide intentar el
complicado paso a la posteridad retando al campeón del
mundo, Emanuel Lasker, tras reunir el dinero pedido por
éste (5000 francos de oro). Sin embargo, Lasker ya
estaba negociando con Schlecher la disputa de un match
por el campeonato mundial, por lo que emplazó a
Janowski para dos años después. Janowski siguió
ofreciendo la disputa de un match, aunque de carácter
amistoso, que Lasker aceptó... sería una buena
oportunidad de medir sus fuerzas y saber si podría
asaltar el torno del campeón en 1910. Este match se jugó en 1909
y Janowski dio claras muestras de la falta de
consistencia de su juego. Un match de varias semanas
resulta extenuante y toda una prueba para la resistencia
mental de los jugadores, y en ese aspecto Lasker se
mostró claramente superior. Lasker demostró su mayor
experiencia y venció de forma contundente
por 8-2. Tal como vaticinó Capablanca, la floja
preparación de Janowski en los finales marcó el
destino de varias partidas, donde el maestro francés
desperdició varias posiciones ventajosas o igualadas.
Janowski fue fiel a sus ideas e intentó jugar de forma
incisiva en el medio juego, donde intentó combinar en
varias partidas, pero en todos los casos ocurrió lo
mismo: Lasker buscó simplificar y en el final Janowski
siempre se mostró desorientado y sin ideas. Lasker
siempre demostró una astucia fuera de lo común a lo
largo de su carrera, haciendo siempre el movimiento que
más cuadraba con la posición y con el rival, manejando
los aspectos ajenos a la partida como ningún otro
maestro supo hacer.
El caso de Janowski no es distinto del de otros grandes
jugadores de ataque, era peligroso jugando en torneos,
pero carecía de la fortaleza suficiente para triunfar
en un match de varias partidas, demostrando que no sólo
basta con jugar de forma brillante, además hay tener
una gran fortaleza mental y estar preparado para
afrontar todo tipo de adversidades.
Y
el tiempo pasó con rapidez, al menos para Janowski,
llegando el esperado año 1910 y su gran oportunidad de
luchar por la corona mundial. Janowski había repetido
por activa y por pasiva que su juego en el match
amistoso, no había sido el real... Lasker se encargó
de demostrar lo contrario al volver a vencer de forma
contundente por 9'5-1'5 en un
match que careció por completo de emoción. El guión
fue similar al seguido en el match amistoso, Janowski volvió a
caer en sus mismos errores y no hizo el más mínimo
intento por variar su forma de jugar, lo que se tradujo
en una derrota tras otra. Janowski no supo encajar este
duro golpe y tomó la determinación de no volver a
luchar jamás por el título mundial. |