El
match del siglo
(
Autor : Javier Cordero Fernández -
© Ajedrez de
ataque )
No hace mucho que ha comenzado el verano de 1972 y el
mundo del ajedrez está en ebullición, no precisamente por el
calor. Ha llegado uno de los grandes momentos de la historia de
este deporte: la gran oportunidad de una de sus figuras más
llamativas y talentosas, el norteamericano Bobby Fischer. El
momento es idóneo, el ajedrez es dominado desde hace décadas
por los maestros soviéticos y nos encontramos en el enrarecido
clima de la guerra fría, por lo que occidente anhela la
aparición de una figura que cambie este estado de las cosas.
El campeón del mundo es Boris Spassky y tal vez en el Kremlin
no estén demasiado contentos con esto, ya que Spassky tiene una
personalidad que no atrae a los dirigentes soviéticos:
demasiado impredecible, con ideas demasiado luminosas, en
definitiva poco disciplinado. En frente tendrá un a maestro
peculiar, Fischer siempre realiza declaraciones contundentes y
llamativas: "Yo no hago el payaso. No creo que se deba perder el tiempo. Mi objetivo es ganar el Campeonato mundial de ajedrez; vencer a los rusos. Me lo tomo muy en
serio. Alguien tiene que detenerlos. Yo he sido el elegido. Voy
a enseñarles a tener un poco de humildad". Es conocida
la indignación de Fischer con la URSS por cómo se movían en
los torneos de candidatos, pero había algo más: Fischer les
acusaba directamente de no poder lograr mayores emolumentos en
los torneos, ya que los federativos soviéticos no pedían
dinero a los organizadores de torneos internacionales, sus
jugadores acudían gratis, lo que dificultaba las negociaciones
del resto de participantes.
La expectación levantada fue enorme y se extendió por
todo el planeta, los aficionados se aprestaban para disfrutar de
unas partidas que estarían marcadas por la tensión. Fischer lo
tenía claro: "Probablemente será el acontecimiento
deportivo mayor de toda la historia. Aún mayor que la pelea
Frazier-Alí". Realmente,
el ruido era exterior. Spassky y Fischer siempre habían mantenido buenas relaciones en los torneos en que habían coincidido. Spassky, siempre irónico y mordaz, con cierto toque bohemio, no parecía soviético...
Fischer, por su parte, en ocasiones no parecía de este mundo.
Desde antes del comienzo, el match estuvo marcado por la
polémica, la cual siempre acompañaba al excéntrico Fischer
allá donde iba... y por qué no decirlo, también a los
soviéticos y todo lo que movilizaban a su alrededor. Ambos
bandos trataron de ganar cada centímetro del campo de batalla
en el tablero y fuera de él. Las discusiones comenzaron por la sede. Los soviéticos no querían oir hablar del Atlántico y
mostraron su preferencia por ciudades del norte de Europa donde no hiciese un calor sofocante en verano. Fischer, como es lógico,
buscaba lo contrario. Las primeras ofertas comenzaron a llegar: Reykjavik ofrecía 125.000 dolares y Belgrado 152.000. Los soviéticos
fueron los primeros en plantear su lista de prioridades: 1- Reykjavik; 2- Amsterdam; 3-
Dortmund y 4- París. Los estadounidenses lanzaron, cual precisa
andanada que apuntaba más al sur, la suya: 1- Belgrado; 2- Sarajevo; 3- Buenos
Aires y 4- Montreal (la favorita de Fischer era Buenos Aires,
aunque esta ciudad no ofrecía una cantidad de dinero
suficientemente alta). El ajedrez siempre ha sido un deporte donde
se ha intentado usar los aspectos externos para influir en el
devenir de las partidas, no en vano son dos seres humanos, muy
expuestos a la presión, los que se sientan ante el tablero.
En ese momento apareció la figura más temida por los
organizadores: Fischer y sus continuas exigencias, las cuales
imposibilitaban la elección de cualquiera de las sedes
propuestas... la situación se volvió tan grotesca, que la FIDE le amenazó con apartarle del match y que Petrosian,
finalista del torneo de candidatos, ocupase su lugar. Tras esta
amenaza, que parecía bastante seria, Fischer abandonó su juego psicológico,
o más bien lo apartó hasta el match, y aceptó Reykjavik.
A Reykjavik se desplazó todo un enjambre de periodistas, pero también un gran número de aficionados que
ansiaban presenciar el match desde cerca. Y en Islandia estuvieron a la altura. Introdujeron un circuito cerrado de
televisión y repartieron multitud de pantallas por la sala de juego
desde las que se podría ver a los jugadores, y otra, de gran
tamaño, donde se seguiría el desarrollo de las partidas ya que una cámara
enfocaría en primer plano el tablero... los grandes tableros murales,
tan típicos en aquella época, habían quedado relegados por la
tecnología. La
sala de juego estaba ubicada en un gran teatro con capacidad
para miles de espectadores y en el vestíbulo se colocaron
stands con libros de ajedrez y multitud de tableros para
realizar simultáneas. Incluso en el exterior, previendo que no
todos los aficionados podrían conseguir entradas (de hecho,
parece que la reventa funcionó estupendamente), se colocó un gran tablero mural.
Los organizadores necesitaban cuadrar el alto presupuesto y
decidieron cobrar 5$ de entrada a los aficionados. Se estipuló
que se jugarían sólo 3 partidas por semana (martes, jueves y
domingo), mientras las partidas aplazadas se jugarían a partir
de las 16h del día siguiente... de este modo se evitaba jugar
en sábado, ya que Fischer nunca lo hacía ese día por respetar
la tradición judía del sabbat (para ellos el séptimo día,
día sagrado y de descanso, de hecho Fischer solía acostarse a
media tarde los sábados).
No crea el lector que estando Fischer de por medio los problemas
iban a terminar con la elección de la sede, el show no había
hecho más que comenzar. El norteamericano no llegó a Islandia cuando se le
esperaba (mientras Spassky ya llevaba dos semanas en Islandia),
en cambio sí llegó un telegrama desde New York donde reclamaba un porcentaje (el 35% para cada jugador) de la venta de entradas al público. Fishcer
iba en serio y faltó a la ceremonia inaugural, todo un desastre
que generó grandes dudas sobre la disputa del match, de hecho
todo hacía indicar que sería cancelado.
Sin
embargo, sorprendentemente el encuentro siguió su curso y de
este modo llegó el día fijado para la primera partida... y
Fischer no había llegado a Reykjavik. El presidente de la FIDE,
Max Euwe, tomó una polémica decisión: retrasar dos días el
primer combate. La cita era demasiado importante y no podían dejar de
pasar cosas: en ese momento hizo su aparición el mecenas británico
John Slater, que ofreció 50.000 libras
para sumar a la bolsa de premios, tratando de espolear a Fischer
hacía la silla que debía ocupar. Fischer llegó a Islandia sólo unas horas antes del límite marcado por Euwe.
Los soviéticos sabían que debían aprovechar esta extraña
situación y Spassky hizo una aparición ante los medios en la
que se negaba a que se celebrase el sorteo inicial sin que Fischer se disculpase por su comportamiento...
Fischer se disculpó por carta, la cual leyó personalmente para
la televisión islandesa.
Realmente
se iba a asistir a un enfrentamiento entre una voluntad, la de Fischer, contra todo una
maquinaria con el engranaje bien engrasado y revisado. Y es que en
Estados Unidos, un país donde no se tenía en gran estima al
ajedrez, no se dio demasiada importancia al duelo. El propio Fischer lo reconoció
en uno de sus comentarios: "En EEUU los ciudadanos sólo están
preocupados por sentarse frente al televisor, nadie lee un libro. Algo que no
entienden no puede llamar su atención. A la gente le gusta
divertirse, no quieren poner a trabajar a sus mentes". Esta apatía
se reflejó en un detalle:
Spassky tenía tres ayudantes: Geller, Krogius y Nei, los cuales
jugarían un papel muy importante, sobre todo a la hora de
analizar las partidas aplazadas. Fischer sólo contaba con Lombardy.
Efim
Geller, Nikolai Krogius, Iivo Nei y William James Lombardy
Por fin, con varios días de retraso, la lucha dio comienzo.
Fischer era incapaz de tener un comportamiento normal y llegó 9
minutos tarde a la primera partida. En una posición igualada y simplificada,
el estadounidense se embarcó en una rara aventura en la que
tomó un peón envenenado... y ante Spassky ese es un riesgo muy alto que le costó empezar perdiendo el match.
Las dudas ensombrecieron los rostros de los aficionados que
estaban del lado de Fischer.
Si alguien creía que las ganas de polémica de Fischer se iban
a apaciguar con el discurrir de las piezas por el tablero, se equivocaba. Tras la primera partida, Fischer
emitió una protesta formal sobre las cámaras: le molestaban y lanzó un
ultimátum: "Las cámaras o yo". Las cámaras se quedaron dónde estaban... y Fischer tampoco se movió, pero en
este caso de su habitación. Cuando faltaban sólo 25 minutos para que se
decretase que Fischer perdía por incomparecencia (lo que
ocurría si no se presentaba durante la primera hora de juego), la organización, desesperada, le mandó un mensaje en el que le comunicaban que retirarían las cámaras. Pero con Fischer nunca reinaba la calma y el estadounidense dio otra vuelta de tuerca pidiendo que su reloj se retrasase 35 min (los que llevaban
trascurridos de partida), es decir, estaba pidiendo que los árbitros se saltasen flagrantemente el reglamento... lógicamente, aunque fuese Fisscher, no se aceptó esa condición y
tras pasar otros 35 minutos el resultado del match pasó a ser de
2-0. Fischer ni siquiera salió de su habitación ese día,
dejando el teléfono desconectado. El mundo del ajedrez estaba estupefacto y pocos tenían fe en que el
encuentro iba a
continuar en las rondas siguientes. Fischer presentó una reclamación, que
evidentemente no fue atendida. Mientras, Spassky, fiel a su forma de ser, se alejó de todo el ruido yéndose a
pescar salmones.
Sin embargo, Fischer sabía que estaba ante su gran oportunidad
y ansiaba demostrar al mundo que él era el mejor jugador del
planeta, sin discusiones. Y por este motivo olvidó sus quejas,
al menos por un momento, y se presentó a jugar la 3ª partida,
venciendo con rotundidad, desatando entonces una tempestad que le permitió ponerse por delante en el marcador en la sexta
ronda al lograr dos victorias más. A partir de ese momento el
match cambió diametralmente, se empieza a ver un Spassky inestable, inseguro, sin
pegada. No hay que perder de vista la terrible presión que
soportaba el jugador soviético, el fracaso no era tolerado en
la URSS y las represalias eran algo común entre los que no
cumplían con "su deber": todos los ojos de la URSS,
incluidos los de la KGB, estaban posados en él.
Geller,
Krogius y Spassky durante el match
Fischer no se detuvo en sus protestas ni con el viento a favor, creando un gran
desasosiego en la organización.
Volvió a desmarcarse pidiendo que no se jugase en la sala principal, sino en una sala que estaba detrás de ésta, a lo que Spassky, hastiado de tanta polémica y reclamaciones, aceptó (y no debería haberlo hecho, ya que esa sala se diseñó para jugar al ping-pong y resultó que desde allí se escuchaba el tráfico de la calle y del aparcamiento, así como
a los niños que jugaban habitualmente al lado del edificio... algo insólito en un torneo de ajedrez, y estamos hablando del campeonato del mundo).
Durante la tercera partida estuvo realmente activo en el tablero
y fuera de él: la partida había comenzado con la jugada de
Spassky 1.d4, pero tras ese fugaz movimiento Fischer logró que se detuviera el juego y
se retirase una de las cámaras que, según él, le molestaba.
Fischer había logrado imponer su voluntad, a cambio los relojes empezaron a caminar de
nuevo. Pero acto seguido, Fischer comenzó a girarse en dirección al árbitro, Lothar Schnidt,
para quejarse de algo que nadie llegaba a comprender. Mantuvo
esta extraña actitud durante 5 minutos. Los cronistas opinan que se
estaba quejando del color de las piezas con las que estaba
jugando (negras para él, blancas para Spassky), dando a entender que la segunda partida no había existido y la que se estaba jugando en ese momento era realmente la 2ª y no la
3ª, por lo que le debía corresponder las piezas blancas. Tras
esos 5 minutos Fischer realizó su primer movimiento y la sala, en la que la tensión era incontrolable, prorrumpió en una atronadora ovación.
Fischer había creado un estado de crispación increíble y la
organización, avergonzada, había decidido regresar a a sala
principal, la cual nunca se debió abandonar. Antes de la 5ª ronda del bando soviético nació un rumor que indicaba que Fischer había realizado 14 nuevas peticiones a la organización, alguna de ellas
descabellada:
- Quería más dinero en efectivo (se les entregaban 10$ diarios).
- Quería un nuevo coche Mercedes porque el que le habían asignado tenía dos años de antigüedad.
- Opción de cambiar la sala de juego.
- Un suministro mayor de periódicos y revistas estadounidenses.
- Control personal sobre la filmación de las partidas, teniendo su propio botón para abrir y cerrar las cámaras).
- Un tablero de ajedrez con las casillas 3 mm más pequeñas.
- Uso de una cancha de tenis cubierta.
- Uso exclusivo de la piscina del hotel.
La octava partida trajo un juego más bien errático por parte
de Spassky, lo que se tradujo en una cómoda victoria para
Fischer: la ventaja de dos puntos parecía insalvable para el
campeón. Se apreciaba una gran diferencia entre ambos
jugadores, sobre todo en su ambición, su fiereza; la determinación de Fischer para vencer
trascendía a su propio ajedrez. Jan Hein Donner lo definió de
forma curiosa: "Spassky es más fuerte, pero me temo que, inconscientemente, desea perder la competición".
Fischer no estaba dispuesto a rebajar la tensión y siguió
quejándose de las cámaras. Realmente sólo se habían filmado la primera y octava partidas, generando cuantiosas pérdidas a
la organización. Hartos de la polémica, los organizadores
decidieron eliminar las
cámaras a partir de la novena partida. Fischer también
consiguió que quitaran las 3 primeras filas de espectadores, ya
que el ruido le impedía concentrarse con normalidad; más
adelante se retiraron 2 filas más y cuando eso le fue
concedido, Fischer pidió que eliminasen otras 7 más... era una verdadera y auténtica tortura. También
solicitó que a la sala no pudiesen acceder niños con caramelos por el ruido que hacían
al quitar el envoltorio. Se quejó de las toses en la sala: "deberían ir a un hospital y no al torneo por el campeonato del
mundo".
Los grandes aficionados a la historia del ajedrez observaban lo que estaba ocurriendo con ojos críticos,
incrédulos, sin llegar a comprender una atmósfera donde lo importante no
era jugar al ajedrez sino desestabilizar al rival, mezclar la
política con todo, utilizar artes cuestionables para obtener
ventaja... lejos, muy lejos, parecían quedar los tiempos en que
el ajedrez era un mundo de caballeros donde las batallas se libraban
exclusivamente en el tablero.
Entre tanto, y aunque pueda parecer increíble, se estaba
jugando al ajedrez. Y en eso Fischer se estaba mostrando
superior, tras la 13ª partida su ventaja aumentó a 3 puntos,
todo un abismo para un desolado Spassky que veía como todos sus
intentos terminaban siendo repelidos por su rival. Se entró
entonces en una fase de tablas, con Spassky intentando lograr
ventajas, pero sin llegar a conseguirlo. El campeón del mundo tenía un aspecto cansado, sometido a una gran presión no lograba encontrar un estado anímico óptimo para competir con
Fischer y su juego se había vuelto demasiado cauteloso.
Y la polémica dio otra vuelta de tuerca tras la 17ª partida. Los soviéticos, desesperados por el cariz de los acontecimientos, acusaron a los americanos de usar aparatos electrónicos y sustancias químicas en la sala de juego para influenciar
negativamente a Spassky. Incluso se llegó a realizar una
investigación que no arrojó ningún indicio de tales
maquinaciones. La situación se tornaba surrealista... nada comparado con lo que sucedería en los siguientes encuentros
entre Korchnoi y Karpov. El árbitro, Lothar Schmid, demostró una paciencia y un autocontrol
sobrehumanos durante el match. Creo que Fischer necesitaba ese estado de constante crispación para desarrollar su mejor ajedrez,
por lo que nada parecía improvisado: el norteamericano llegó
tarde, en torno a 10 minutos, en cada partida, lo que no parece
algo casual. El comportamiento de Fischer era inusual incluso en
los detalles más nimios: comía arenques salados durante las
partidas, por lo que se veía obligado a beber mucha agua
durante las mismas... no parece la situación más cómoda para
jugar al ajedrez.
Sea como fuere, Fischer siguió mostrándose intratable en el
tablero y consiguió poner fin a esta historia con su triunfo en
la 21ª partida: por fin era CAMPEÓN DEL MUNDO, algo que
llevaba esperando desde hacía mucho tiempo: "desde los
18 años soy el mejor jugador del mundo".
El
árbitro, Lothar Schmid, felicita a Fischer
Se abría una nueva era en el mundo del ajedrez, con Fischer en
la cima las cosas cambiaban de forma sustancial y los
organizadores se frotaban las manos ante los duelos que podían
llegar en el futuro entre Estados Unidos y la URSS.
Curiosamente, la idea de Fischer era poner su título en juego cada año, en contra del actual sistema que lo hacía cada 3: Fischer declaró sobre los soviéticos
"Se hacen con el título, y luego se ocultan durante 3 años".
Lo que vino después es historia, la realidad se alejó
enormemente de los buenos augurios que nacieron en Reykjavik y
el sueño de Fischer se desvaneció como una fina cortina de
humo zarandeada por el viento... y el único
responsable fue él mismo.
Javier
Cordero Fernández
(03
Septiembre 2019)
BIBLIOGRAFÍA
"Fischer
contra Spassky" - Svetozar
Gligoric
|