Toda una vida dedicada al
ajedrez, desde su más tierna infancia hasta su
venerable vejez. Y es que como bien
es sabido Reshevsky fue un niño prodigio realmente
prodigioso, deleitó y asombró con su juego cuando
apenas sobresalía su nariz por encima de la mesa de
juego. Un genio y un jugador díscolo que siempre
despreció la teoría y se dedicó a jugar según le
dictaba su talento, uno de esos casos que jamás volverán
a repetirse porque el ajedrez camina hacia jugadores
guiados por el chip y el silicio, artilugios que
aplastan despiadadamente el talento y la creatividad,
características indispensables en cualquier arte.
La verdad es que resulta extraño que Reshevsky
continuase jugando al ajedrez hasta el final de sus días.
En su niñez se vio obligado a jugar miles de partidas,
con la evidente saturación que ello debe producir, por
eso choca que cuando abandonó la niñez continuase
jugando y se lanzase a la arena del ajedrez profesional.
La explicación parece clara: un profundo amor por este
juego. |