Remontémonos al año 1939, en Buenos Aires se vivía
con pasión un gran acontecimiento: las Olimpiadas de
ajedrez. Jugadores venidos de todos los rincones del
planeta se sentaban ante los tableros para deleite de
los aficionados argentinos. Muchos de esos jugadores no
se podían imaginar que sus vidas iban a dar un giro de
180º y que iban a escapar de la muerte gracias a estar
jugando al ajedrez...
La
Olimpiada comenzó en el mes de agosto y finalizó en el
mes de Septiembre. La invasión de Polonia a cargo del
ejército nazi se produjo el 1 de Septiembre, en esa
fecha todavía se estaba jugando el torneo. La noticia
cayó como una bomba entre los participantes y el
estupor reinó entre las mesas de juego. Empezaron a
llegar noticias de la persecución a los judíos polacos
(había unos 3.000.000) y la preocupación fue
creciendo.
Muchos
jugadores se quedaron aislados en Argentina, sabían que
si regresaban a sus países serían perseguidos y sus
vidas correrían serio peligro. Fueron momentos
extremadamente difíciles, sin noticias de sus familias
y sin poder hacer nada por ayudarles. Incluso muchos
jugadores de la selección alemana se negaron a volver a
su país por su origen judío, como fue el caso de
Eliskases, Becker, Michel y Engels.
Este es el
comienzo de esta historia, donde un simple juego como el
ajedrez sirvió para salvar varias vidas.
Al final
de la competición no sólo los jugadores de origen judío
se quedaron aislados en Argentina, participantes de
Francia, Austria, Letonia, Polonia, Holanda o Lituania
tuvieron que permanecer durante un tiempo lejos de su
patria.
Los
ajedrecistas que estaban en Europa no corrieron igual
suerte. Citemos algunos casos: David Przepiorka falleció
en un campo de concentración nazi, Salo Landau falleció
en Auschwitz o Endre Steiner que fue asesinado por los
alemanes. El terror de la guerra afectó a jugadores
como Euwe, que se quedó aislado en Holanda y pasó por
muchas penalidades hasta el final de la guerra. Lasker
fue desposeído de todos sus bienes y tuvo que volver a
jugar con 60 años para poder comer, al final renunció
a su nacionalidad alemana para jugar bajo bandera
inglesa y luego bajo la estadounidense. Al legendario
Akiba Rubinstein le salvó su enfermedad mental, cuando
la gestapo iba a detenerle comprobaron su estado y
decidieron que permaneciera en el sanatorio donde estaba
recluido. Hubo varios jugadores soviéticos que no
sobrevivieron a la guerra: Belavenets, Geneusky,
Rabinovich, Riumin, Ilyin Zhenevsky y Troitzky. Estos
son sólo algunos ejemplos de los muchos que hubo
durante la contienda. Sirven para recordarnos el horror
que rodea a cualquier guerra y nos dan firmes motivos
para rechazar todo conflicto armado.
Volvamos a
tierras argentinas. Los jugadores refugiados se
encontraban con graves dificultades económicas y sólo
tenían un medio para ganar dinero: jugar al ajedrez. A
pesar de estar pasando por momentos terribles supieron
sobreponerse y fueron capaces de disputar torneos a un
alto nivel.
Hubo
muchos jugadores que renunciaron a su antigua
nacionalidad y decidieron jugar bajo bandera argentina:
Najdorf, Eliskases, Becker, Michel, Engels, Frydman o
Reinhardt. La gratitud con la tierra que les acogió era
manifiesta.
Nunca los torneos argentinos habían tenido una nómina
tan espectacular de jugadores: Najdiorf, Stahlberg,
Sonja Graf, Moshe Czerniak, Pilnik, Eliskases... etc.
Por encima del resto sobresalían Miguel Najdorf y
Gideon Stahlberg, ambos mantuvieron una bonita rivalidad
luchando por el primer puesto de cada torneo. Podéis
ver las tablas de alguno de esos torneos.
La
influencia de los refugiados fue muy beneficiosa para el
ajedrez argentino. Se produjo un aumento en el nivel de
los torneos que se disputaban en el país, lo que trajo
aparejado una mejora en la propia selección nacional.
Los jugadores argentinos tenían que enfrentarse a
rivales más fuertes y esto les permitía poder
progresar con más facilidad. Además la selección se
vio reforzada por jugadores de primer nivel mundial.
Veamos la mejora en los resultados de Argentina
en las Olimpiadas.
El ajedrez sirvió de refugio para unas personas que
pasaban por una situación personal muy dura. Basta
mencionar el caso de Najdorf, Don Miguel perdió a un
total de 300 personas (entre amigos y familiares,
incluidas su mujer e hija que fallecieron en Auschwitz).
Najdorf reconoció que el ajedrez le permitió evadirse
y no volverse loco, su participación en torneos y en
sesiones de simultaneas le permitieron sobrevivir anímicamente
y económicamente.
Nuestro querido juego permite evadirse de los problemas
durante las horas en que se practica, todo un bálsamo
para las mentes atormentadas de los exiliados en
Argentina.
Con estas líneas quiero rendir un merecido homenaje a
este grupo de jugadores. Hoy, instalados en la sociedad
del bienestar, tendemos a quejarnos de nimiedades y
tendríamos mucho que aprender del espíritu de lucha de
los protagonistas de este artículo. También puede
servir para recordar a los que perdieron la vida en una
guerra que nunca debió producirse. El
ajedrez tiene una característica muy especial, cuando
un jugador fallece no cae en el olvido y puede
permanecer en el tiempo a través de sus partidas. Las
generaciones venideras podrán disfrutar del legado de
cada ajedrecista y de sus bellas obras arte que pueden
caber dentro de un pequeño trozo de papel.
Como en la mayoría de los artículos que he escrito
echaré el telón con unas partidas de ataque, en este
caso jugadas por los ajedrecistas que se vieron
obligados a vivir en un nuevo país.
Javier
Cordero Fernández
(16
Noviembre 2007)
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