Eran otros tiempos. Las jugadas eran transportadas por
carteros y los jugadores esperaban con ansiedad el sobre
o la postal que trajese la respuesta del adversario. Días
enteros para profundizar en cada posición, la cual
pasaba a ser más conocida que la propia familia. Era el
ajedrez por correspondencia, una modalidad que hoy en día
ha perdido todo su sentido por culpa de las ayudas
informáticas.
Y es que la llegada de la tecnología al ajedrez ha
tenido cosas positivas, pero también otras nefastas. El
mal uso de los programas es una lacra muy extendida, que
ha contaminado las partidas que se disputan por internet
hasta el punto de que la mayoría de ellas son a ritmo
blitz. El juego por correspondencia ha sido un
territorio donde los tramposos han campado a sus anchas,
por lo que dicha modalidad parece tener los días
contados.
También existen otros malos vicios adquiridos por culpa
de las computadoras, hoy en día quedan pocos
aficionados que analicen partidas (suyas o de otros)
simplemente con su mente, la comodidad de utilizar un
programa es una tentación demasiado grande y nos
estamos acostumbrando a que las máquinas piensen por
nosotros. Esto es realmente una pena, ya que estamos
prescindiendo de uno de los placeres del ajedrez:
analizar y ver hasta donde podemos llegar con nuestro
esfuerzo.
Pero el ajedrez tiene una característica especial que
lo hace inmortal: sus partidas. El ajedrez por
correspondencia tenderá a desaparecer, pero siempre nos
podremos recrear con obras de arte como ésta, que son
imperecederas y podrán ser disfrutadas por nosotros y
por las generaciones venideras. |