Siempre me han fascinado las partidas a la ciega.
Estamos ante una modalidad muy complicada, que
representa un esfuerzo descomunal para el que la
practica. Si además en la partida se realiza alguna
combinación, lo cual ya resulta complicado en una
partida normal, el mérito aumenta exponencialmente.
Cada maestro tiene su propio método, alguno de ellos
realmente sorprendentes. Lo habitual es que en el
momento de mover el maestro vea la posición como si se
tratase de una fotografía, reteniendo cada una de las
posiciones de la partida. El caso más curioso es el de
Tarrasch, que cerraba los ojos y veía el tablero en la
lejanía, muy pequeño y borroso, pero aun así le servía
para jugar. Hay otros maestros que recuerdan cada
movimiento y cada vez que les toca mover tienen que ir
reproduciendo todas las jugadas hechas.
Samuel Rosenthal siempre demostró una gran maestría
para jugar a la ciega, modalidad que practicaba con
asiduidad. Esta partida es curiosa, la posición tras la
jugada 12 está revuelta, con un peón negro en la séptima
fila y ambos bandos sin desarrollar. Entre tanto caos a
Rosenthal se le encendió una bombilla en su cabeza y
encontró la manera de lanzarse a por la cabeza del rey
de forma brillante y estética. Calcular las variantes
de esta posición sin poder ver las fichas y el tablero
tuvo que ser realmente complicado, pero Rosenthal
demostró su talento encontrando una solución acorde a
lo que se esperaba de los jugadores de su época:
sacrificios de pieza.
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