Evgeny
Bareev procede de la fría y gélida Rusia, país donde
los termómetros suelen coquetear con los -20 ºC cada
invierno. Este tiempo helador siempre ha hecho que los
rusos sean vistos como personas frías y a menudo pragmáticas.
Sin embargo, si se bucea en la historia del arte ruso,
rápidamente se encontrarán pruebas que derrumban esa
afirmación como si se tratase de briznas de hierba
barridas por el viento. Sus músicos, sus escritores,
sus poetas... la pasión brota de sus obras y, en muchas
ocasiones, encontraremos una perfecta comunión con la
naturaleza y la belleza que les rodea, llegando a
profundizar de forma sorprendente en las raíces del
comportamiento humano... basta tener entre las manos una
obra de Tolstoi o Dostoievski para comprenderlo.
El ajedrez refleja esta situación de forma exacta. Con
fama de teóricos y pragmáticos, tal vez inspirada por
Botvinnik, los jugadores soviéticos han sido
infravalorados en el apartado artístico. Sin embargo,
basta pasar revista para descubrir el talento innegable
escondido en la escuela soviética: Dus Chotimirsky,
Ragozin, Mikenas, Simagin, Tolush, Nezhmetdinov, Spassky,
Bronstein, Tahl... demasiados nombres y demasiadas obras
de arte creadas en un tablero para negar la realidad.
Evgeny Bareev proviene del frío y su estilo, a pesar de
lo defendido en párrafos anteriores, es acorde a las
bajas temperaturas que soporta el mercurio en las
estepas rusas. Bareev es un jugador posicional, de los
que se sienten cómodos en posiciones seguras, aunque de
vez en cuando deja salir su 'yo rebelde' y juega
partidas sorprendentes como la que estamos viendo (en
ese aspecto me recuerda a Gelfand,
jugador rocoso que cuando ataca lo hace con grandes
alardes de imaginación). Topalov quiso plantear una
lucha aguda, como en él es habitual, corriendo muchos
riesgos... lo que tal vez no se esperaba fue la brutal
respuesta de su gélido rival, que con varias precisas
(y preciosas) combinaciones le barrió del tablero en un
abrir y cerrar de ojos. Caviar ajedrecístico en un
escenario inigualable, como lo era Linares, en un día
en que Bareev rindió tributo a los artistas rusos que
llevan creando belleza colorista desde hace siglos: Cuadro
del Realismo ruso del siglo XIX. "Niños
jugando", de Dmitriwitsch Polenow |