Esta partida corresponde a la final del primer torneo Internacional de la historia: Londres 1851. Durante todo el torneo Anderssen mostró su manera de entender el ajedrez: siempre mirar al rey enemigo, con la única preocupación de situar todas sus piezas en las cercanías de éste y luego combinar sin piedad. En todas sus partidas lo intenta, en unas con más éxito que en otras, pero siempre fiel a su filosofía de juego. Anderssen se merece un lugar privilegiado en el Olimpo de los artistas del tablero y siempre será recordado por los aficionados de las generaciones futuras.