En 1960, el jugador más genial de la historia conseguía
proclamarse CAMPEÓN DEL MUNDO. Esta partida corresponde
a dicho match
y refleja fielmente la forma de jugar de un jovencito
llegado de Riga, que fue capaz de destronar al patriarca
soviético Botvinnik. Y es que Botvinnik parecía
imbatible, con un juego sólido y sin fisuras... pero
sus cimientos no pudieron soportar la fuerza de un huracán
llegado del Báltico.
Ésta fue la segunda victoria del encuentro y sirvió al
letón para poner tierra de por medio. Su dominio fue
casi absoluto y fue merecedor del triunfo final. La
eterna lucha entre el riesgo y la cautela caía del lado
del jugador valiente, la belleza se impuso al
pragmatismo y el público acogió a su nuevo ídolo
entre vítores.
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